El 11 de julio de 2021, Cuba vibró. No fue por música, ni carnavales, ni discursos huecos. Fue por el estruendo de un pueblo que, tras años de aguantar apagones, colas interminables y censura, decidió gritar. Y gritó duro. En más de 50 localidades, desde San Antonio hasta Santiago, salieron a las calles, a pecho descubierto y móvil en mano. ¡Libertad!, decían. ¡Patria y Vida! Y claro, el castrismo se atragantó.
De una chispa a una llamarada nacional
Todo arrancó en San Antonio de los Baños, donde unos cuantos vecinos, hartos ya de la miseria, dijeron "hasta aquí". Eran pocos al principio, pero la cosa se desbordó. Internet (ese viejo conocido que a veces aparece, a veces no) ayudó: los videos se compartieron como pan caliente y en minutos la rabia se esparció por toda la isla. ¿Culpa del imperialismo? Nah. Eso ya no se lo cree ni el gato de la esquina. Fue el hartazgo colectivo, puro y duro.
Las consignas fueron directas: "Abajo la dictadura", "No más hambre", "Libertad para los presos políticos". Curioso que un gobierno que se vende como revolucionario entre en pánico con apenas unas pancartas. Pero así fue.
Un Estado que responde con miedo (y porras)
Miguel Díaz-Canel, en lugar de escuchar, sacó el bastón. Literalmente. En cadena nacional llamó a la "revolución" a defenderse en la calle. Traducido: vayan y golpeen. Y así lo hicieron. Las boinas negras, la Seguridad del Estado y hasta los "revolucionarios de corazón" salieron con palos, gases y amenazas. ¡Uf! El aire en La Habana olía a miedo y a gases lacrimógenos.
Según grupos como Human Rights Watch, hubo cientos de detenciones. Algunos hablan de cinco muertos, aunque el gobierno apenas reconoció uno. Ah, y el internet desapareció por arte de magia. Como en los 90, cuando se iba la luz y nadie sabía si era corte programado o castigo divino.
¿Justicia? Más bien teatro judicial
Tras el 11J, el castrismo montó su show habitual: "juicios" express, cargos absurdos como sedición o desacato, y condenas de hasta 20 años. Algunos ni abogado tuvieron. Luis Manuel Otero Alcántara, artista y activista, fue uno de los blancos. No es raro. El régimen siempre ha temido al arte que no pueden controlar.
Y como si fuera poco, sacaron leyes nuevas. El Decreto 35 (ojo con este nombrecito) y el nuevo código penal que permite hasta la pena de muerte por "sedición". Vamos, que si alzas la voz, corres peligro. Esto me recuerda a cuando en mi barrio, en los 90, si hablabas mal del gobierno en voz alta, te bajaban el pulgar como en el circo romano... bueno, da igual.
Redes sociales: arma de doble filo
Gracias a Twitter, Telegram y WhatsApp (cuando funcionan), el mundo se enteró. Los hashtags #SOSCuba y #PatriaYVida se colaron en las tendencias globales. Pero en respuesta, el gobierno apagó internet y bloqueó apps. Como quien tapa el sol con un colador.
A todo esto, ¿no es irónico que el socialismo cubano tenga tanto miedo a la opinión pública? Genial, ¿no? Más bien... cuestionable.
Lo que dejó el 11J
El 11J no cambió el sistema (aún), pero dejó huella. Mostró al mundo que los cubanos no están dormidos. Que a pesar del miedo, se atreven. Y eso, en un país donde todo está controlado hasta el pensamiento, ya es una victoria.
Años después, el eco de ese día sigue. Hay más represión, sí. Más hambre, también. Pero también hay más valor. En los grupos de Facebook, en los comentarios de YouTube, en los mensajes de voz clandestinos. Como cuando uno huele la lluvia antes de que caiga: se siente que algo viene.
Conclusión: No es el final
La dictadura cubana puede encarcelar, censurar y hasta matar. Pero no puede borrar el 11J. Ni el dolor, ni la dignidad. Mientras exista un cubano con memoria, con un viejo Tamagotchi en el cajón o con ganas de gritar "libertad" en medio del apagón, la lucha sigue.
No es solo política. Es supervivencia. Es esperanza. Es humanidad.
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Redacción: Cortadito News Escrito por Pedro Alfonso Sánchez, Comunicador Digital