Un grito colectivo en medio de la crisis
La protesta en Gibara no fue una simple caminata nocturna, sino una irrupción vibrante de voces y cacerolas que retumbaron en cada esquina. Miles de personas se lanzaron a la calle el 13 de septiembre para exigir algo tan básico como pan y luz eléctrica. Y sí, la consigna de siempre (“¡El pueblo unido jamás será vencido!”) volvió a sonar con fuerza, aunque —siendo francos— ya no tiene el mismo eco que en los viejos mítines.
Cazuelas, cucharones, hasta tapas de ollas. Eso fue lo que los vecinos usaron como amplificadores improvisados contra la administración de Miguel Díaz-Canel, mientras la penumbra de los apagones envolvía el malecón. Turismo en Cuba parece un chiste cuando la nevera está vacía. ¿Genial? Más bien… cuestionable.
La chispa que encendió el malestar
La crisis económica en Cuba se ha vuelto una rutina insoportable: hambre, apagones y un aire de resignación que huele —literalmente— a humo de velas baratas. Pero en Gibara, ese 13 de septiembre, la paciencia colapsó.
Alguien golpeó una cazuela y otro le siguió. Crash. En segundos, la multitud era imparable.
Curioso: este episodio recuerda a las marchas del 11 de julio de 2021, aunque aquí no hubo internet para retransmitir en vivo cada paso. Bueno, da igual… la rabia se escuchaba sin wifi.
¿Qué exige realmente el pueblo?
Los gritos no eran abstractos: comida, electricidad, medicamentos. Palabras sencillas, pero que se vuelven imposibles de conseguir en la isla. Mientras, el discurso oficial repite que “todo se resolverá”. Flipar.
En medio de ollas y pancartas, la protesta en Gibara dejó claro que el cansancio supera el miedo. El eco de las cacerolas no fue solo un ruido metálico: fue la traducción sonora de la frustración.
¡Uf! El contraste entre el silencio de los funcionarios y la furia sonora de la multitud resultó brutal.
Gibara en el mapa de la inconformidad
Holguín, tierra de playas hermosas y olor a lluvia en septiembre, se convirtió en escenario de un episodio más en la lista creciente de levantamientos populares. No es La Habana ni Santiago, pero la imagen de un pequeño pueblo costero protestando con tanta fuerza golpea la narrativa de estabilidad que intenta proyectar el gobierno.
Y no olvidemos: como el Tamagotchi, que parecía eterno en los 90 y terminó olvidado en un cajón, también el relato oficial de “resistencia heroica” está quedando obsoleto frente a una ciudadanía cansada.
El reflejo de un país entero
La protesta en Gibara no es un hecho aislado. Es la suma de apagones que se alargan, de neveras vacías y de promesas que nunca llegan. En cada cacerolazo late la desesperanza y también una pregunta que flota en el aire: ¿hasta cuándo?
Claro, no todo fue ordenado. Había caos, discusiones, incluso errores en la coordinación del grupo, como si la protesta misma reflejara las grietas del país. Pero el mensaje —pese al desorden— fue directo: el pueblo quiere vivir mejor.
Conclusión: un futuro incierto
Las calles de Gibara fueron el escenario donde se mezclaron la rabia, el cansancio y un deseo colectivo de cambio. La protesta no tumbó al gobierno, pero sí dejó un recordatorio incómodo: que el pueblo, incluso con cazuelas viejas, todavía sabe hacerse escuchar.
La protesta en Gibara resuena más allá de Holguín. Es un eco que viaja por toda la isla y que revela un punto obvio: la paciencia de los cubanos está al borde del colapso. ¿Será esta la señal de un cambio inminente? Quizás. Quizás no.
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Con Información de: Cubanos por el mundo
Redacción: Cortadito News
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