Por Pedro Alfonso Sánchez
Cortadito News – 28 de Diciembre de 2025
Si caminas por las calles empedradas de Santos Suárez, en el corazón del municipio Diez de Octubre en La Habana, es fácil imaginar el bullicio de una época pasada. Ahí, en la esquina de San Indalecio y Enamorados, se alzaba la fábrica de Ironbeer, un rincón clave en la historia de los refrescos cubanos que marcó la vida del barrio durante las décadas de 1940 y 1950.
Fundada en 1917 por Manuel Rabanal Prieto, un emprendedor español que llegó a Cuba con grandes ideas, Ironbeer no era solo una bebida: era un símbolo de ingenio local, con su sabor peculiar que mezclaba notas frutales y especiadas, algo así como un Dr. Pepper con un toque caribeño.
En aquellos años, la planta era un motor para el barrio. Miles de habaneros encontraban trabajo allí, y el ir y venir de camiones cargados de botellas llenaba las calles de energía. Santos Suárez, con su mezcla de casas modestas y comercios vibrantes, se beneficiaba de esa actividad industrial; el dulce aroma de la producción se colaba en el aire, recordando a todos que aquí se hacía algo grande, compitiendo incluso con marcas globales en un mercado que bullía de opciones.
Para los vecinos, era más que una fábrica: era parte de la identidad del lugar, un orgullo cotidiano.
Pero, como tantas historias en Cuba, el cambio llegó con la Revolución. En 1960, la nacionalización la puso en manos del Estado, y poco después, en 1962, la demolieron por completo. La familia Rabanal huyó a Miami, donde revivieron la marca bajo Sunshine Bottling Company, y hoy Ironbeer se sigue vendiendo en Estados Unidos, manteniendo ese sabor cubano en el exilio.
Hablando con los mayores del barrio, uno siente la nostalgia. "Era como si el refresco saliera directamente de nuestras calles", me cuenta un vecino mientras paseamos por lo que queda del sitio, ahora un terreno vacío que apenas susurra su pasado.
Aunque la fábrica ya no está, su legado persiste en la memoria colectiva de Santos Suárez, recordándonos cómo un simple refresco podía unir a una comunidad y reflejar la vitalidad de La Habana de antaño.Con este post que escribí me vino a la mente cuando yo era niño en la cafetería del Gallego en la calle Cocos, comiendo un masareal y tomándome un Ironbeer. Mientras, en el bar de Raúl la vitrola sonaba con una canción del Beny Moré. ¡Qué tiempos aquellos, señores!
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