Recientemente, el Ministerio de Agricultura de la República de Corea donó 24 mil 600 toneladas de arroz a Cuba—una cifra que suena esperanzadora—(gesto generoso canalizado a través del Programa Mundial de Alimentos, o PMA).
Nada ha cambiado en las bodegas.
Según la televisión estatal cubana, este cargamento está destinado a personas en situación de vulnerabilidad y mujeres embarazadas, con la mitad ya descargada en el Puerto de Santiago de Cuba. En teoría, un alivio. En la práctica… bueno, usted ya sabe. Aun así, el régimen celebra la donación con pompa, como si el hambre hubiera sido resuelta en un tuit.
Pero aquí viene lo raro: en barrios de La Habana, Holguín, Santiago y Camagüey, las bodegas siguen vacías, las colas se alargan al amanecer y las raciones mensuales de arroz —cuando hay— apenas alcanzan para un par de días. Madres, ancianos, trabajadores… nadie recuerda haber recibido ni un grano de ese arroz donado a Cuba. ¿Coincidencia? ¿Mal logística? O… ¿algo más?
¿Genial? Más bien, cuestionable.
El Estado cubano controla en exclusiva la distribución de toda ayuda humanitaria. Sin observadores independientes, sin rendición de cuentas, sin canales alternativos de entrega. Eso, sumado a años de patrones similares —donaciones que llegan, anuncios triunfalistas, y luego silencio—, genera desconfianza legítima. No se trata de especular, sino de constatar: si el arroz donado a Cuba no llega a quienes más lo necesitan, ¿a quién sí?
Esto me recuerda a cuando en los 90 el país recibió toneladas de leche en polvo… que terminó en los mercados negros. Bueno, da igual. Lo importante ahora es el presente.
Las autoridades del MININT insisten en que investigan cualquier irregularidad, y destacan la importancia de la denuncia ciudadana para garantizar transparencia. Sin embargo, hasta la fecha, ninguna entidad internacional ha podido verificar el destino final de este cargamento. Las organizaciones independientes, por otro lado, no tienen acceso a los almacenes estatales. Así las cosas, el pueblo sigue en la incertidumbre.
¡Uf! Mientras tanto, el discurso oficial repite que Cuba “agradece la solidaridad internacional”, como si eso bastara para llenar ollas. Pero el olor a lluvia en el Malecón no alimenta a nadie.
La crisis alimentaria en Cuba se profundiza mes a mes, y cada donación extranjera —por generosa que sea— se convierte en un termómetro de la opacidad gubernamental. Si el arroz donado a Cuba realmente está destinado a grupos vulnerables, entonces las autoridades deben permitir auditorías externas, publicar informes detallados y facilitar el acceso directo a beneficiarios reales. Hasta ahora, nada de eso ha ocurrido.
¿Acaso alguien piensa que 24 mil toneladas desaparecen solas? Por favor.
La distribución equitativa de alimentos es un derecho, no un favor político. Si el régimen desea credibilidad, debe actuar con transparencia —no con propaganda. Mientras tanto, las familias cubanas siguen en la calle, buscando lo que ya les fue prometido.
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