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Alex Otaola y las protestas en EE.UU.: ¿orden o espectáculo?

Alex Otaola opinando sobre las recientes protestas en Estados Unidos y su impacto político y social.


En un país donde los fuegos artificiales son casi tan frecuentes como las tensiones sociales, las protestas recientes en Estados Unidos han vuelto a sacudir los cimientos —o al menos las fachadas— de varias ciudades. Y como suele ocurrir en estos episodios de agitación pública, las interpretaciones no tardan en llegar. Algunas rigurosas, otras viscerales y unas pocas —como la de Alex Otaola— disfrazadas de análisis pero con alma de performance.


Desde su trinchera digital en Hola! Ota-Ola, Otaola no ha perdido tiempo en lanzar su versión de los hechos: no se trata, dice, de migrantes confundidos o indignados por las políticas del momento. No. Según él, hay manos ocultas, agitadores profesionales y una especie de déjà vu político que nos remite a los disturbios de 2020. Lo curioso es que, para Otaola, todo parece parte de un libreto que él, por supuesto, ya había leído.


Banderas ajenas y símbolos prestados

Uno de los puntos más coloridos —y polémicos— de su intervención tiene que ver con la presencia de banderas extranjeras en estas manifestaciones. Para Otaola, el ondeo de insignias que no llevan estrellas y franjas es casi una señal de alerta nuclear: una afrenta simbólica que, según él, delata lealtades cuestionables y propósitos turbios.


Pero aquí cabría una pregunta incómoda: ¿puede un trozo de tela decirnos realmente lo que piensa una multitud? ¿O es más bien una excusa perfecta para canalizar temores y alimentar una narrativa de amenaza constante? Porque en la antítesis entre la bandera y el cuerpo que la sostiene, muchas veces hay más teatro que subversión.


Del show al sheriff

Como todo buen predicador del orden, Otaola no se queda en la crítica. Propone soluciones. Firmes. Contundentes. Casi quirúrgicas. A los ciudadanos revoltosos: ley. A los no ciudadanos: ley… más deportación. El mensaje es claro y suena con eco a tiempos no tan lejanos en los que "el que no está conmigo, está contra mí". La legalidad, en su boca, parece más una herramienta punitiva que un principio democrático.


Lo interesante —y también preocupante— es cómo su discurso recurre al viejo truco de dividir el mundo entre constructores y saboteadores. Para él, los primeros son razonables, ordenados, respetuosos del statu quo. Los segundos, simples marionetas de emociones bajas: envidia, resentimiento, frustración. Es decir, cualquier emoción humana fuera del catálogo del civismo idealizado.


A los migrantes: ni se les ocurra protestar

Y aquí entra el giro paternalista. Otaola, él mismo migrante cubano, se dirige a sus compatriotas de todas las patrias con un consejo envuelto en retórica protectora: no se dejen manipular, no sigan a los revoltosos, no crean todo lo que dicen los medios (salvo, claro, los que lo citan a él).


Es un mensaje que podría parecer sensato… si no fuera por ese tono de desconfianza automática hacia cualquier forma de descontento organizado. Porque detrás del llamado a la responsabilidad, se desliza una advertencia velada: protestar, aunque sea pacíficamente, puede convertirte en sospechoso.


Final con aplauso (o con suspiro)

Al final, Otaola se presenta como defensor del orden en un país al borde del colapso, o al menos del trending topic. Su voz resuena entre quienes prefieren la comodidad de la ley aplicada con puño cerrado a la incertidumbre del diálogo social. Pero también deja fuera una parte esencial del debate: que el caos, muchas veces, es síntoma de una enfermedad más profunda. Y que exigir orden sin escuchar las causas del desorden es como apagar la alarma sin revisar el incendio.


Quizás lo más irónico de todo esto es que, en su afán por proteger la democracia, algunos terminan pareciéndose más a sus caricaturas favoritas de dictador. Y mientras tanto, las protestas siguen… como los likes, los comentarios, y el eterno ciclo de indignación mediática.








Redacción: Cortadito News 
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