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Una reina del dominó enterrada en su trono: la tumba más insólita de La Habana

Tumba en forma de ficha de dominó doble tres en el Cementerio de Colón en La Habana, homenaje a Juana Martín y su pasión por el juego.


En un mundo saturado de cruces góticas, vírgenes en llanto perpetuo y ángeles de mármol que parecen más aburridos que celestiales, una tumba en La Habana se atreve a romper el molde. Literalmente. No es una metáfora ni un truco narrativo: es una ficha de dominó. Un doble tres, para ser exactos. Y no es una excentricidad artística ni una metáfora sobre la vida como juego. Es una lápida. Y debajo descansa una mujer que convirtió el dominó en su religión y su ruina.


La historia me encontró a mí, como suelen hacerlo las mejores historias: mientras hojeaba sin propósito fotos antiguas de cuando vivia en Cuba que ya se me empezaba a disolver en la memoria. Allí estaba, entre mojitos sudorosos y autos que parecen salidos de una película de James Dean con son cubano de fondo: una tumba de mármol blanco con seis pequeños círculos negros. No recordaba haberla visto, pero tampoco pude olvidarla después.


Y así, como quien sigue una ficha que cae, comencé a rastrear la historia de la mujer bajo la lápida: Juana Martín de Martín. Una habanera del siglo XX cuyo fanatismo por el dominó superó cualquier definición razonable de pasión. O de cordura.


En Cuba, el dominó no se juega: se vive

Decir que en Cuba el dominó es popular es como decir que el ron es una bebida ocasional. No. Es parte del aire. Una calle sin una mesa de dominó es como un café sin humo: sospechosa. Los gritos, las carcajadas, el clac de las fichas sobre la madera: una sinfonía cotidiana. Y entre todas esas miles de partidas, brillaba Juana.


Jugaba con la precisión de un reloj suizo y la furia de un huracán caribeño. No perdonaba errores. Ni derrotas. Si el infierno tuviera reglas, Juana habría encontrado una trampa para ganar.


Según la guía del Cementerio de Colón —una mujer que parecía llevar más años allí que las estatuas—, Juana no ofrecía café a sus visitas: ofrecía tablero. Y si perdías, no volvías. Su hogar no era un salón: era un campo de batalla con fichas por armas.


Tumba en forma de ficha de dominó doble tres en el Cementerio de Colón en La Habana, homenaje a Juana Martín y su pasión por el juego.


La última partida

La historia, claro, culmina con un giro tan macabro como cinematográfico. Marzo de 1925. Juana venía acumulando derrotas. Un detalle insignificante para el resto del mundo, pero no para ella. Consultó a una santera, buscando lo que todos buscamos cuando todo empieza a ir mal: una mentira reconfortante. “Hoy ganarás”, le dijeron. Y Juana se lo creyó.


Reunió a sus víctimas, perdón, invitados, y comenzó la partida. Iba ganando. Por fin. Sonriente, levantó la ficha final: un doble tres. Pero antes de que pudiera soltarla sobre la mesa... el corazón se le apagó como una vela en plena tormenta.


Tres infartos consecutivos. Y, según testigos, no soltó la ficha ni muerta. Literal. Hubo que abrirle los dedos como a una niña caprichosa que no suelta un caramelo.


¿Locura o leyenda?

Lo fascinante es que la historia no muere con ella. Sus hijos, acaso como tributo, acaso como advertencia, mandaron tallar la tumba en forma de la ficha fatal. Rodeada por fichas de mármol que recrean aquella última partida que nunca terminó. Un mausoleo que es al mismo tiempo altar, escultura y acto final de una tragicomedia criolla.


Es la única tumba de dominó que se conoce en el mundo. Y quizás la única donde la muerte no fue el final de una vida, sino el final de una jugada.


La línea delgada entre pasión y obsesión

Alguien podría decir que Juana estaba loca. Quizá lo estaba. Pero, ¿quién no lo está un poco? Algunos mueren por amor, otros por religión, ella por un juego. ¿Es tan diferente? Yo mismo —y sospecho que tú también— tengo pasiones que rozan lo patológico. A veces me descubro contando anécdotas de viajes como si fueran épicas homéricas. Mi novia ya ni se inmuta.


La diferencia, supongo, es que no he muerto en medio de una charla sobre un hostal en Bangkok. Todavía.


Epílogo desde el mármol

Cuba tiene esa capacidad de vivirlo todo como si fuera la última vez: la música, el calor, la nostalgia, el juego. Y Juana fue, quizá sin saberlo, la encarnación extrema de esa intensidad. Murió como vivió: con la ficha en la mano, la victoria en los labios y un corazón que, literalmente, no soportó perder más.


Si alguna vez caminas por el Cementerio de Colón, busca su tumba. No se parece a ninguna otra. Y si te da por jugar una partida de dominó con algún cubano en una plaza... déjate ganar. Por respeto. O por precaución.


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Redacción: Cortadito News  Escrito por: Pedro Alfonso Sánchez

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