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¡Este ex represor cubano ahora vive en Miami y nadie dice nada!

Yasmany Galiano, ex represor cubano, ahora residente en Miami tras su participación en la represión del 11J.


Una tarde cualquiera, entre videos de recetas y memes de señoras indignadas, me topé en Facebook con una noticia que me dejó frío. No por insólita, sino por cínica. En la página de La Tijera —ese espacio donde la indignación tiene nombre y apellido—, saltaba una denuncia que ha corrido como pólvora entre la comunidad del exilio cubano. El protagonista: Yasmany Galiano Ramos. ¿Su pecado original? Haber servido como engranaje del aparato represivo del régimen cubano. ¿Su paradero actual? Miami, Florida. Sí, esa misma ciudad que ha sido santuario de miles de víctimas... y ahora, paradójicamente, también de algunos victimarios.


De La Lisa al exilio: el camino del oportunista ilustrado

Galiano no era un simple burócrata con carnet de la UJC colgando al cuello como medalla de obediencia. Fue Delegado del Poder Popular en La Lisa, una especie de comisario político local, versión tropical del inspector de vecindario. También trabajó en RTV Comercial, entidad subordinada al Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT) y, por ende, al Ministerio de Cultura: el mismo que aplaudía mientras silenciaba.


Pero lo que verdaderamente enciende las alarmas no es su currículum, sino su prontuario moral. Según diversas fuentes, participó activamente en operativos represivos durante dos momentos que ya son parte del dolor colectivo cubano: las protestas del 27N de 2020 frente al Ministerio de Cultura, y la histórica jornada del 11 de julio de 2021, cuando miles salieron a las calles a gritar lo innombrable. La respuesta del régimen fue la de siempre: palos, arrestos y condenas. Y según los testimonios, Galiano estaba allí. No como espectador, sino como cómplice.


Ironías que duelen más que el exilio

En 2023, Galiano cruzó la frontera sur de EE.UU., al parecer por México, disfrazado de perseguido político. Entró al país que representa todo lo que él ayudó a aplastar: libertad de expresión, disidencia, derechos humanos. Ironías del siglo XXI: mientras los que gritaban "¡Libertad!" en las calles cubanas siguen presos o exiliados sin papeles, algunos de sus perseguidores caminan por el Doral comprando croquetas como si nada.


Es una especie de transmigración política: del esbirro al vecino. Pero sin redención. Sin autocrítica. Solo el borrón —literal— de su pasado digital.


El arte de borrar la propia historia

Dicen que el diablo está en los detalles, y en este caso, también en los clics. Galiano, según la denuncia, se encargó de eliminar todo rastro comprometedor en redes sociales: fotos, discursos, eventos públicos. Se deshizo del disfraz de comisario y se vistió de ciudadano modelo, como quien limpia la escena del crimen antes de vender la casa.


Hoy mantiene un perfil bajo. Muy bajo. Vive con familiares en Miami, donde el silencio a veces puede ser más ruidoso que un acto de repudio.


Una nueva cara, el mismo pasado

Lo preocupante no es que haya llegado. Es que pueda empezar de cero sin haber rendido cuentas. Reinventarse está bien. Pero borrar las huellas mientras las víctimas siguen marcadas es otra cosa. Es como si un bombero incendiario se presentara como experto en evacuación: técnica brillante, ética dudosa.


Los testimonios recopilados por La Tijera aseguran que Galiano no solo fue parte de la represión: fue uno de los que señalaban con el dedo. Y en regímenes como el cubano, ese dedo basta para encarcelar a un poeta, hundir a un joven o desaparecer a un artista.


¿Refugio o encubrimiento? El dilema moral del exilio

La comunidad del exilio cubano ha reaccionado con la furia de quien ve traicionada su propia historia. Se exige una investigación seria, una verificación de los hechos y, si corresponde, que la justicia —esa que allá fue silenciada— aquí hable con voz alta.


Porque no se trata solo de un caso aislado. Hay un patrón. Y ese patrón tiene nombres, rostros y pasaportes con sellos nuevos. Cada vez que uno de estos personajes cruza la frontera y se mimetiza entre las víctimas, se plantea una pregunta incómoda: ¿está el país que ofrece refugio haciendo lo suficiente para distinguir entre perseguidos y perseguidores?


El contraste que grita en el alma

Mientras jóvenes activistas siguen en celdas húmedas por pedir lo básico —libertad, pan, respeto—, sus represores a veces disfrutan de libertad, pan y respeto en la tierra de la libertad. Es un contraste hiriente. Una bofetada a la lógica. Una paradoja que duele más que la nostalgia.


Memoria, justicia y una herida sin cerrar

Este caso no es solo sobre Yasmany Galiano Ramos. Es sobre la memoria. Sobre la necesidad de que el exilio no se convierta en amnesia colectiva. Sobre cómo lidiamos con los fantasmas del pasado cuando deciden mudarse al piso de al lado.


¿Qué responsabilidad tiene quien sirvió a un régimen represivo? ¿Qué derecho tiene a reinventarse sin antes enfrentar su historia? ¿Y qué deber tenemos los demás de recordar lo que muchos preferirían olvidar?


La libertad no debería ser una coartada. Ni la reinvención, un disfraz para la impunidad. Porque sin memoria, no hay justicia. Y sin justicia, lo que tenemos no es exilio: es olvido institucionalizado.


Si conoces casos similares, no calles. La verdad necesita testigos. Y las víctimas, aliados.


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Redacción: Cortadito News


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