No sé si fue el calor o el apagón, pero anoche apenas dormí. Me quedé mirando el techo, escuchando el silencio pesado que deja la corriente cuando se va. En mi barrio, todos conocemos esa sensación, ese cansancio que se te pega al cuerpo como el hollín a las ollas. Pero también sabemos reírnos, compartir un café y tirar pa’lante, porque aquí no hay de otra.
Un video que me hizo reír y pensar
El otro día, navegando por redes sociales, di con un video de una cubana que, entre risas, enseñaba cómo limpia sus calderos negros de tanto cocinar con carbón. Me vi reflejada en ella, en su manera de sacarle chispa a algo tan duro. Me dieron ganas de contar mi pedacito de esta historia, la que vivo yo y mis vecinas cada día.
El fogón que nos junta
Encender el fogón por las mañanas es todo un tema. Hay que soplar, toser con el humo y cruzar los dedos para que prenda rápido. Mi vecina Clara, que ya es experta, me enseñó a guardar las cenizas para fregar las ollas después. "Eso quita el negro mejor que cualquier jabón", me dijo una vez, y tiene razón. Mientras preparamos el fuego, siempre sale una charla, un chiste o un consejo. Ayer, por ejemplo, alguien propuso usar cáscaras de naranja para que el humo huela menos. No sé si funciona, pero hoy lo voy a probar.
Cocinar así no es solo echar comida al fuego. Es ingeniártelas con lo que tienes, ya sea carbón, leña o pura voluntad. Y aunque a veces cansa, también te saca una sonrisa cuando el arroz sale perfecto y la casa huele a hogar.
La limpieza que celebramos juntos
Fregar las ollas es otro capítulo. En mi edificio, nos juntamos en el patio con baldes y estropajos, y aquello parece una fiesta. Cada caldero limpio es como ganarle una al carbón. "¡Mira cómo brilla el mío!", gritó ayer una vecina, y todas aplaudimos. Hasta mi primo, que siempre anda de broma, dijo que deberíamos abrir una escuela de "fregadores profesionales". Entre risas, siempre sale un truco nuevo: un poquito de vinagre por aquí, un cepillo viejo por allá. Lo que no tenemos en productos, lo ponemos en ganas.
La Cuba que no se rinde
Vivir aquí es aprender a resolver. Si la luz se va, planchas de madrugada cuando vuelve. Si el ventilador se rompe, buscas a alguien que lo arregle con alambres y buena fe. En mi pueblo, he visto a vecinos compartir carbón cuando a alguno se le acaba, o enseñar a otros cómo hacer uno casero con madera seca. No es la Cuba de las fotos turísticas, pero es la nuestra, la de las manos curtidas y los corazones grandes.
Lo que esconden las ojeras
Sí, los apagones agotan. Las ollas negras dan trabajo. Pero detrás de esos días largos, hay algo que no se ve en una foto: la fuerza de la gente. Es mi tía levantándose a las cuatro para lavar a mano porque "el agua llegó". Es el vecino que presta su bombilla recargable para que los niños hagan la tarea. Es la Cuba que, con todo y problemas, encuentra la manera de seguir.
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Ahora mismo, mientras escribo, huelo el café que está colando mi mamá. "Esto levanta a un muerto", dice, y me guiña un ojo. Y tiene razón. Puede que las ollas sigan tiznadas y la luz venga y se vaya, pero con un sorbo de café y una buena charla, siempre encontramos el modo de brillar.
Redacción: Cortadito News
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