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La Capilla de Caracoles: El Tesoro Escondido de La Habana

Altar interior de la Capilla de Caracoles en La Habana, decorado con conchas marinas


Hace unos meses, en mi último viaje a Cuba (¡por fin pude volver después de tanto tiempo!), me perdí por las calles del barrio de Santos Suárez en La Habana. Iba buscando una cafetería que me había recomendado mi amigo Jorge, un habanero que conoce cada rincón de la ciudad, cuando de repente me topé con algo que me dejó sin palabras: una pequeña capilla cubierta de miles de conchas marinas. Sí, conchas de mar formando patrones, símbolos religiosos y hasta figuras que parecían sacadas de un sueño. Era la Capilla de Caracoles, un lugar que no aparece en las guías turísticas, pero que se quedó grabado en mi corazón.

Una historia de fe que me puso la piel de gallina

"Esa es la capilla de Lorenzo", me dijo una señora que notó mi cara de asombro mientras intentaba sacar fotos con el móvil (y sí, confieso que soy pésimo para enfocar rápido). "¿Te cuento su historia con un cafecito?". No lo dudé ni un segundo. Así conocí a Margarita, la vecina del número 27, una mujer con una sonrisa que ilumina y una memoria llena de historias. Sentados en su porche, con un café cubano tan fuerte que me tuvo despierto hasta medianoche, me relató la vida de Lorenzo Romero Miñoso, el hombre detrás de esta maravilla.

Lorenzo era albañil en La Habana en los años 50. Un día, mientras trabajaba en un andamio con dos compañeros, ocurrió una tragedia: el andamio se desplomó. En ese momento de puro terror, Lorenzo rogó a la Virgen de la Caridad del Cobre, la patrona de Cuba, que lo salvara. Sus compañeros no sobrevivieron. Él, contra todo pronóstico, salió vivo, aunque con el cuerpo destrozado por múltiples fracturas. "Fue la Virgencita", repetía Lorenzo a quien quisiera escucharlo. Y yo, que no soy de creer en casualidades, sentí un escalofrío al imaginarlo.

Altar interior de la Capilla de Caracoles en La Habana, decorado con conchas marinas

De la promesa a la obra maestra

Recuperarse no fue fácil, pero Lorenzo tenía claro que debía cumplir su promesa. Decidió convertir su humilde casa en Santos Suárez en un santuario dedicado a la Virgen de la Caridad. Sin dinero, sin arquitectos, solo con sus manos y una fe inquebrantable, empezó a recolectar conchas marinas y a pegarlas una por una en las paredes de su hogar. Pero lo que comenzó como un proyecto personal pronto se transformó en algo mucho más grande.

Antigua bandera cubana hecha de conchas marinas en la entrada de la Capilla de Caracoles, La Habana

Un barrio unido por las conchas

Lo más increíble de la Capilla de Caracoles es que no fue obra de un solo hombre. Todo Santos Suárez se volcó en ayudar a Lorenzo. Vecinos que apenas se saludaban comenzaron a recoger conchas en las playas cercanas. Niños traían caracoles pequeños, ancianas clasificaban conchas por colores, y hasta los más escépticos terminaron aportando algo. Margarita me contó, con los ojos brillando, cómo su madre y sus tías pasaban las tardes organizando las conchas como si fuera un ritual. "Era una locura colectiva, pero de las bonitas", dijo riendo.

Uno de los detalles que más me impresionó fue una enorme bandera cubana en la entrada, hecha enteramente con conchas idénticas. "Era una obra de arte", suspiró Margarita, "pero se fue deteriorando con el tiempo y no supimos cómo restaurarla". Aunque ya no está, me imaginé lo impactante que debió ser verla ondeando en conchas bajo el sol habanero.

Lorenzo, el albañil que brillaba en el carnaval

Si la historia de la capilla ya me tenía fascinado, lo que vino después me dejó boquiabierto. Resulta que Lorenzo no era solo el "hombre de las conchas", como lo llamaban cariñosamente. Durante casi 50 años, fue una estrella de las Charangas de Bejucal, un carnaval tradicional cubano lleno de música y color. Allí se transformaba en "La Macorina", un personaje femenino que desfilaba con plumas, lentejuelas y una energía que conquistaba a todos.

Altar interior de la Capilla de Caracoles en La Habana, decorado con conchas marinas

Margarita sacó una foto antigua en blanco y negro donde se veía a Lorenzo como La Macorina, con una sonrisa pícara y un vestido que no pasaba desapercibido. "Por el día albañil, por la noche reina del carnaval", bromeé, y ella se rió asintiendo. "Lorenzo era único. No necesitaba etiquetas, solo vivía a su manera, con su fe y su alegría". Me encantó esa libertad suya, tan auténtica, tan cubana.

Si quieres saber más sobre las tradiciones cubanas como las Charangas, te recomiendo leer nuestro artículo sobre las fiestas populares de Cuba. ¡Es un viaje al corazón de la isla!

Altar interior de la Capilla de Caracoles en La Habana, decorado con conchas marinas y símbolos de la Virgen de la Caridad

Cómo visitar la Capilla de Caracoles (y no perderte)

Si estás planeando un viaje a La Habana y quieres salirte de la ruta típica (sí, El Malecón y la Plaza Vieja son geniales, pero hay mucho más), anota la Capilla de Caracoles en tu lista. No la encontrarás en las guías turísticas, y los taxistas podrían mirarte con cara de "¿qué?". Pero con un poco de paciencia, llegarás. Aquí van mis consejos:

Toma un taxi o un almendrón hasta el barrio de Santos Suárez (casi todos los conductores lo conocen).

Pregunta por la "Capilla de Caracoles" o "la capilla de Lorenzo". Los vecinos son súper amables y te indicarán.

Ve por la mañana, cuando es más probable que la capilla esté abierta. No hay horarios fijos, así que depende de los vecinos que la cuidan.

Lleva la cámara y prepárate para flipar con los detalles.

Tuve suerte porque Margarita tenía la llave ese día, pero no siempre es así. Si no está abierta, no te desanimes: la fachada sola ya vale la visita. Y si quieres más ideas para explorar la ciudad, echa un vistazo a nuestro post sobre lugares históricos en La Habana.

Un tesoro que merece más amor

Lo que más me dolió al visitar la capilla fue darme cuenta de lo olvidada que está. No hay carteles, no hay guías, no hay nada que indique que estás frente a un lugar tan especial. El altar interior, con sus patrones marinos que brillan cuando entra la luz, es una obra maestra, pero necesita mantenimiento. Me quedé un buen rato mirando cada concha, imaginando a Lorenzo colocándolas con cuidado, hora tras hora, año tras año.

Margarita me explicó con una mezcla de orgullo y resignación: "Aquí todo lo hacemos entre los vecinos. Si no, esto no sobrevive". Hay un pequeño cepillo junto a la entrada para donaciones, y dejé unas monedas antes de irme (si vas, haz lo mismo, que cada peso cuenta). La Virgen de la Caridad del Cobre, cuya historia está tan ligada al mar y a Cuba, parece vigilar este lugar con cariño.

Para entender más sobre la Virgen y su importancia, no te pierdas nuestro artículo sobre la patrona de Cuba.

El legado de Lorenzo y una promesa personal

Lorenzo falleció en 1968, a los 88 años, dejando tras de sí un regalo único para La Habana. La Capilla de Caracoles no es solo un edificio; es un recordatorio de lo que podemos lograr cuando creemos en algo más grande que nosotros mismos. Me fui de Santos Suárez con el corazón lleno, pensando en la fe de Lorenzo, la generosidad del barrio y la calidez de Margarita, que me despidió con un abrazo como si fuéramos amigos de toda la vida.

"Vuelve cuando quieras", me dijo, "y cuéntale a todo el mundo que esto existe. Que no se pierda". Le prometí enviarle una postal desde España, pero entre el ajetreo del viaje se me olvidó por completo (¡Margarita, si lees esto, te debo una!). Por eso escribo este post: para cumplir mi promesa y compartir esta joya escondida con quien quiera descubrirla.

Si visitas La Habana, no dejes de pasar por la Capilla de Caracoles. Es uno de esos lugares que te cambian un poquito por dentro, que te hacen sentir el alma de Cuba en cada concha, en cada historia. Y si ves a Margarita, dale recuerdos de mi parte.

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Redacción: Cortadito News    Escrito por: Pedro Alfonso Sánchez


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