En una celda que huele a óxido y humedad vieja —como si la lluvia viviera allí dentro—, Maykel Osorbo, el rapero que desafió al sistema con rima y coraje, deja de comer y de beber. ¿Una locura? Quizás. ¿Una señal de desesperación? Sin duda. Esta vez, el régimen cubano se ha sacado otra carta de su baraja opresora: amenazarlo con enviarlo aún más lejos. Lejos de su gente, de su historia, de su centro. Flipante.
Actualmente encarcelado en Kilo 5 y Medio, una prisión ubicada en Pinar del Río —sí, ese lugar que suena como nombre de motel barato, pero que en realidad es un agujero estatal—, Osorbo resiste. Y lo hace como siempre ha hecho: con arte, con actitud... y ahora también con el cuerpo. Todo empezó (bueno, oficialmente) en mayo de 2021, cuando fue arrestado por la policía política. Desde entonces, ni un solo gesto del gobierno ha sido compasivo.
¿Trasladarlo a Camagüey o a Oriente? No es una mejora. No es logística. Es castigo. Es puro sadismo institucional.
Lejos del hogar, más cerca del infierno
“Ya lo tienen a más de 150 kilómetros de su casa. ¿Qué buscan ahora? ¿Romperlo por dentro?”, denunció recientemente la activista Anamelys Ramos en su Facebook, ese campo de batalla digital donde aún se libran pequeñas guerras por la verdad.
Camagüey queda a 600 km. Santiago de Cuba, a unos 900. Nada —nada salvo el deseo de desmoralizarlo— justifica que le impongan ese traslado. Una jugada tan absurda como maliciosa. ¿Genial? Más bien... cuestionable.
Por si fuera poco, Maykel Osorbo no es cualquier preso político en Cuba. Fue uno de los creadores del tema “Patria y Vida”, himno rebelde que hizo temblar a los poderosos y vibrar a los invisibles. La canción ganó dos Latin Grammy, pero su verdadero premio fue convertirse en el rugido de la gente. ¿Lo recuerdas? Era como un Tamagotchi emocional: todos querían cuidarlo, revivirlo, hacerlo sonar.
Condenado por cantar… y pensar
En junio de 2022, las autoridades lo sentenciaron a nueve años de encierro, acusándolo de desacato, atentado y otros cargos que, seamos honestos, parecen sacados del manual de excusas autoritarias. ¿Difamar a héroes y mártires? ¿En serio? ¿Quién evalúa eso, una junta de fantasmas?
Freedom House —sí, esa ONG que todavía cree en la libertad de expresión— le otorgó a Osorbo su Premio de la Libertad en ese mismo año. Una palmada simbólica, sí. Pero también una advertencia: el mundo lo está mirando.
¡Uf! A veces uno se pregunta si Cuba sigue en 2025 o si quedó estancada en un loop de 1970 disfrazado de Wi-Fi malo.
Una ausencia que duele
En abril pasado, cuando su abuela Hilda Rojas Mora falleció —la mujer que fue su figura materna más firme—, no lo dejaron despedirse. Eso no tiene nombre. Bueno, sí tiene: crueldad. ¿Te imaginas perder a tu madre del alma y ni siquiera poder verla por última vez? Eso, por sí solo, merece una condena... pero no para él, sino para quienes se lo impidieron.
Y esto me recuerda a cuando, en los 90, no te dejaban tener familiares con videocasetera porque era “subversiva”. Bueno, da igual. La represión siempre encuentra excusas nuevas para lo viejo de siempre.
¿Qué queda?
Maykel Osorbo sigue preso, sigue firme, sigue aguantando. Cuando salga (si sale), tendrá casi 50 años. Medio siglo de vida y media Cuba aún sin libertades básicas. Cada día de silencio que se impone sobre su voz, es un día más en que la dignidad se ahoga con olor a celda húmeda.
¿Estamos dispuestos a dejar que lo borren? ¿O gritamos ahora, aunque sea en voz baja?
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Redacción: Cortadito News
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