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La Gran Vía: Pastelería emblemática de La Habana 🎂🍯🍰

Fachada histórica de La Gran Vía en Santos Suárez, La Habana


En una esquina de Santos Suárez, entre el rumor del tráfico y el olor a lluvia sobre el asfalto viejo, aún se siente la ausencia de algo que ya no está: La Gran Vía, la pastelería que endulzó la vida de generaciones en La Habana. No era solo un local de postres; era un ritual, una promesa de domingo, un lujo cotidiano al alcance de casi todos. Hoy, su fachada agrietada calla lo que antes gritaba en nata y esponja: calidad, tradición y orgullo familiar.




La historia comienza lejos de la capital: tres hermanos —José, Valentín y Pedro García— llegaron desde Toledo, España, con las manos vacías pero los cuadernos llenos de fórmulas heredadas. En Güines, un pueblito cercano a La Habana, empezaron a cocinar dulces como los de su infancia. Sin inversión, sin redes, solo con el sabor como aval, conquistaron a campesinos y tenderos.

¡Uf!, qué cosa es el arraigo cuando se cocina con memoria.

Con el tiempo, el boca a boca los elevó: primero fue un mostrador de madera, luego un carrito, y al final… una leyenda.




Años 40. La fama los arrastra a la ciudad. Se instalan en Santos Suárez No. 118, y allí, entre San Indalecio y San Benigno, florece lo que muchos llamarían “el paraíso del cake”. Para 1952 ya tenían un solar entero, parqueo incluido, y más de 120 empleados.

¿Increíble? Pues así fue.

Pedir un pastel era sencillo: una llamada al 4-8523 o un vistazo a la pizarra rotativa que colgaba en la ventana. El cake de nata —su estrella— costaba 3,50 pesos y valía cada centavo. No era solo barato; era perfecto.




Pero La Gran Vía no vivía de un solo postre. Tenían ecclairs cremosos, tartaletas que crujían con elegancia, pan de gloria esponjoso, “señoritas” envueltas en azúcar glass… hasta las panetelas borrachas, empapadas en un almíbar que algunos juraban curaba el desamor.

Esto me recuerda a cuando mi tía guardaba la caja vacía durante semanas… como reliquia. Da igual, pero duele.

Cada producto era una declaración de identidad: cubano por adopción, español por raíz, universal por sabor.




Con los años, el régimen no priorizó su mantenimiento. El edificio, antes impecable, empezó a resquebrajarse. Hoy, el local está abandonado; vecinos dicen que personas sin techo lo usan como refugio.

¿Genial? Más bien… triste.

Ya no huele a horno, sino a humedad y olvido. Y sin embargo, en las mesas de muchos exiliados —incluyendo la mía—, el nombre La Gran Vía sigue sonando como un susurro de dignidad perdida.


Dos de mis tíos y una tía trabajaron allí durante décadas. No solo repartían pasteles; tejían comunidad. Por eso, al escribir esto, no lo hago como periodista, sino como nieto de una Cuba que supo endulzar hasta los días más amargos. Como el Tamagotchi, ya no está en nuestras manos, pero su recuerdo persiste —suave, nostálgico, y profundamente humano.




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Fuente: Testimonios familiares y vecinos del barrio Santos Suárez


Escrito por: Pedro Alfonso Sánchez - Cortadito News



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