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Frank Abel y su orden de deportación: el drama detrás del micrófono

Frank Abel durante su pódcast hablando sobre la orden de deportación y su temor a regresar a Cuba


Un micrófono, un destino incierto

Frank Abel, locutor cubano de voz reconocible y presencia constante en el pódcast Destino Tolk, se topó con algo que no estaba en el guion: una orden de deportación que le exige abandonar Estados Unidos en apenas treinta días. ¡Treinta! ¿Quién escribe estos plazos, Kafka?


La noticia le cayó como un jarro de agua helada en plena transmisión—justo cuando hablaba de libertad, ironías de la vida. Sin rodeos (y con un nudo en la garganta que traspasó el audio), relató la pesadilla burocrática que lo ha tenido atrapado desde su llegada en 2022, cuando entró con el famoso pero polémico I-220A. ¿Legalmente libre? Sí, pero con condiciones que ni el mejor abogado podría explicar sin tomar un respiro profundo. O dos.


Un viaje sin retorno… ¿literal?

"Me fui en 2022, entré por Tampa y pedí asilo político", contó entre lágrimas el locutor, mientras una voz de fondo—probablemente la conciencia—susurraba “resiste”. No pudo pagar abogado. Punto. ¿Raro? No tanto: en ese mundo donde todo cuesta (hasta respirar en inglés), defenderse solo es casi deporte nacional para migrantes cubanos sin cash.


Según él, si pisa Cuba otra vez, le espera una celda. 16 años. Como desertor, como traidor, como si llevar un micrófono fuera una amenaza para el régimen. Flipante, ¿no?


Esto me recuerda a un sketch viejo donde un hombre intentaba escapar de una isla... pero era de plastilina. Y aún así tenía más derechos que muchos hoy. En fin, sigo...


Trabajo, esfuerzo y una bofetada legal

Mientras otros miran telenovelas o suben TikToks bailando, Frank buscó rehacer su vida: solicitó un permiso de trabajo, se mudó, intentó “encajar” (¡Uf!). Pero no, las autoridades decidieron que ya era hora de sacarlo del tablero.


“Que me manden a otro lugar, donde sea... menos allí”, dijo. Suena drástico, pero ¿acaso no lo es?


Lo más triste es que no está solo: hay miles bajo el mismo formulario I-220A, atrapados en el limbo legal. Algunos ya recibieron la misma orden de deportación, otros solo esperan la carta fatídica como quien espera un telegrama del pasado—tipo Tamagotchi, pero con consecuencias reales.


Cuando el silencio no es opción

La historia de Frank no es solo suya. Es la de tantos que cruzaron mares, desiertos y madrugadas de ansiedad con la esperanza de una vida en libertad, y terminaron enredados en procesos que ni el mismísimo Kafka... ¡espera, eso ya lo dije!


En las redes, su caso ha tocado fibras. Seguidores, amigos, y colegas del medio levantan la voz, piden justicia, ruegan revisión. Porque aunque las leyes son frías, los humanos no deberíamos serlo. ¿O sí?


Y hablando de cosas que duelen, ¿alguien más puede oler a lluvia cuando escucha su testimonio? No sé si es nostalgia o humedad, pero cala.



Reflexiones finales (o el intento de ellas)

La orden de deportación no solo expulsa cuerpos, también aplasta sueños. Frank Abel, como tantos otros, solo quiere vivir sin miedo. ¿Es mucho pedir?


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Entre lágrimas, micrófonos, y papeleo sin alma, queda la pregunta—¿vale más el formulario o la persona que lo sostiene?


Redacción: Cortadito News

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